Agosto 2013

HISTORIA PARA REFLEXIONAR

LA TORTUGA

 

Una niña llora desconsolada por la muerte de su pequeña tortuga. El padre le dice que no llore más, que él le comprará otra. La niña responde que es a su mascota a la que echa en falta y que ninguna  otra ocupará su lugar. El padre no puede soportar verla llorar y le ofrece alterativas: te llevaré de viaje, te compraré regalos, la niña llora y llora. Al final, el padre muestra tal desesperación que la niña interrumpe su llanto y manifiesta una convencional alegría. En ese momento aprende que, si quiere agradar a su padre, cuando tenga deseos de llorar debe sustituir su emoción por otra que resulte más aceptable a su padre.                        
                                                                                   (Bernardo Ortín)

Es importante aceptar y dar cabida a las emociones. Todas las emociones comunican cómo nos sentimos. Los padres tienen una gran función para que sus hijos aprendan a expresar las emociones de forma adecuada y en libertad. Camuflar las emociones por otras o esconderlas favorece que surjan problemas emocionales. Todos hemos sido hijos. Ahora desde la parte adulta podemos preguntarnos si sabemos expresar de una manera sana nuestras emociones y responsabilizarnos de hacerlo.   

                                                                                                                                          L.J.A.

 

CUENTO DEL DÍA PARA REFLEXIONAR

LA MULA

 

Éste es el relato de una mula que vivía en Grecia y que todas las mañanas llevaba una carga de leña desde la granja en el valle hasta la cabaña en la montaña, pasando siempre por el mismo sendero a través del bosque, subiendo por la mañana y regresando al anochecer. Una noche, durante una tormenta, un rayo derribó un árbol que obstruyó el sendero. A la mañana siguiente la mula, caminando por su habitual trayecto, tropezó con el árbol que le impedía el camino. La mula pensó: “El árbol no debería estar aquí, está en un lugar equivocado” y continuó hasta golpear su cabeza contra el árbol, imaginando que éste se desplazaría, ya que ése no era su puesto. Entonces la mula pensó: “Quizá no he dado un golpe lo suficientemente fuerte”; pero el árbol no se movía. La mula insistió repetidamente. Dejo intuir al lector el trágico final de esta antigua fábula griega. 

                                                                    (Nardone, G. 2002: 23)